Es un mapa periférico de la ciudad, pero sobre todo, un acto de resistencia urbana que rescata un modo de habitar.

Es un aliento por recobrar un mundo en desuso, una Neverland de viejes casi perdidxs.

Es un brindis por los bares singulares y demodés, y por nosotrxs, sus habitantes.

Es perderse y dejarse guiar por una ciudad que nos detiene mientras estamos empecinados en llegar a alguna parte. Es ser más Alicia y menos conejo.

Honramos los bares porque valoramos nuestra herencia viva y su comunidad de sobrevivientes. Creemos que el rescate de la memoria es una tarea colectiva, entre todxs y para todxs.

Hablar de bares es hablar de la infancia de una humanidad en extinción. Es hablar de la historia de nuestra sociedad, de sus bordes, de sus disidencias, y también de sus proyectos de futuro. Es fundar nuevos pactos.

El bar es la casa de mucha gente que no tiene casa, o como dice Enrique Symns, “el bar es el bosque que le queda a la ciudad”.

Recobramos un mundo hecho, no de nostalgia, pero sí de la consistencia del tiempo.

Donde la vida transcurre. Donde aún contarse cosas. Donde tener experiencia.

Un lugar donde ser menos huérfanxs por un rato.